El amor estaba escondido, en unas miradas sin fondo.
Los besos, marchitos por el tiempo, esperaban el piel a piel. El mano a mano.
Esperaba este corazón a que tu sonrisa brillara y despertase en él lo que tiempo atrás se durmió.
Murió.
Se marchitó.
Y de la flor ida de olla renació el rojo de tus labios, el rojo que en ellos está pintado ahora.
De tus ojos, oscuros como el miedo a no despertar, pero brillantes como el día en el que se cruzaron nuestras respiraciones; de tus ojos, nació la esperanza que me brindan tus palabras a destiempo, antes de marchar a la guerra del sueño, para permitir así a la mente latir y al corazón soñar.
Para hacer que la sangre corra loca de pasión, ante tan esperado momento, ante la lejana ciudad del amor que dará cabida a tanto placer, a tantas caricias perdidas por la piel, a tantas miradas sin final.
El calor va y viene en forma de rodar entre las sábanas. El frio se apaga con el orgasmo del alma ante tal majestuosidad, que es tu cuerpo y su besar, que es mi amor y tu querer.
Ni las olas del mar me agitan con tanta intensidad, ni el viento soplando en derredor consigue mentalizarme tanto en ser positivo. Las ganas de ti nos unen de una manera brutal, como está unido el tiempo a las lágrimas y éstas a las sonrisas, como está unida la música a la letra, la pintura al lienzo, que somos tú y yo, en el principio de lo que puede ser la unión de un volcán con un huracán.
Que el infierno quema, pero no lo suficiente como para contemplarnos arder. La guerra que estalló en el interior nos traerá la paz para, una vez más, conducir este tanque hacia el despertar.
Que tú sabes que a mi la rendición siempre me sabe a poco...
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