Si Dios me lo permite, púdrete.
Quédate en tu infierno, que yo me largo… no espero que me llores, si lo haces mejor que mejor. Tampoco espero que el sol baje a cenar conmigo, me basto con mi luz, la suya me viene de lejos. Pero todo se agradece, mal y bien.
Tú, tu mierda y yo. La vergüenza de estar conmigo, pudiendo besar ranas desconocidas, probar mundos nuevos que la imaginación no cabe a entender.
Cuando nazcas de nuevo, verás la primera cara que te sonríe y detrás se ríe de ti, te ama y te odia como yo hago, besándote en sus sueños e imaginando como caes a pedazos delante de mí.
Sin que yo haga nada.
Aun mantengo esa espinita que me has dejado de regalo en mi corazón… diciendo “Guárdala para sufrir con sus labios junto a los míos”
Algo así… ¿como poder olvidarlo? Has infectado mi alma de mentiras y satisfacciones fingidas.
De gritos de agonía, cuando el alma ríe.
Miento, mientes, y más y más deseo comerte a besos en este momento. No. Te quiero pero más me quiero a mí.
Siento herirte, antes no imaginaba escribir esto y desear que lo leyeses, que viniese a mi locura una imagen de tus ojos verdes evacuando sentimientos rotos, besos apagados y luces marchitadas.
Quizás, sobreviva a este hundimiento y suba al cielo, baje al infierno y vuelva a subir.
Sobreviviré, se lo que quieres y lo que necesitas, me daré el gusto de no dártelo.
Pero sabes lo que necesito; un beso antes de un adiós, de marchar para siempre con los corazones en la mano, y en la otra uno nuevo, solo por prevenir. De fábrica… innovando.
Allí, en el destino llamado oscuridad, viviremos por un tiempo para cegarnos ante la nueva luz.
Y el cabrón se empeña en recordar, aun en el cajón de mierda, mierda, mierda inservible y no reutilizable.
Intento tapar mi olfato cuando pasan tus feromonas por mi lado, llamando a los tiburones a comer.
Magia, si, soy maestro de la contradicción y lo mas sensato del lugar; oscuridad…
Ven y lléname de ti, gracias por el veneno.
Y por más que me empeño en contradecirme, duele la espina con-función-de-recordar y se hunde más a dentro.
Mis labios buscan los tuyos, como a lo largo de casi siete meses, rozándonos la piel y saboreando tu calor. Privando tu veneno, poco a poco lo metiste en mi sangre. Quise morir ahí, estallar en huracanes de pasión, devorarte cual manjar en ayunas obligadas.
Pero vámonos, que nos llaman… coge lo la ropa y lárgate.
Gracias, de verdad.
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