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viernes, 25 de agosto de 2017

El cuento dulce del recuerdo y la muerte

El recuerdo se muere de nostalgia. El verano está llegando a su fin y todo el recuerdo de mi corta e intensa vida empieza a marchitarse junto a mis hojas, y ambos mueren de nostalgia, y yo también. Tengo un dulzor en lo más verde de mi piel, siempre pensé en que era suficiente para poder alimentar al mundo, pero esta maceta se me ha quedado pequeña y no puedo crecer más. No puedo creer más. Es hora de morir, morir de nostalgia por todo lo vivido y por todo lo que podría vivir. No puedo crecer más porque es el momento de enseñar esto que tengo dentro, y no puedo creer más porque todo lo he creído ya, creo en la vida y su lección, y aquí vengo a contarla.
Cuando llegue el amanecer será buena hora. Podré permitirme soltar mi última hoja cuando el primer rayo de sol la roce. El humano ha elegido una buena maceta donde vivir, da al este y el amanecer es tan hermoso que lo oigo llorar de vez en cuando, y yo me deleito con el sol pero me entristecen sus lágrimas. Es por eso que debo morir, para que sepa lo que es la dulzura.
Su maceta no tiene tierra, asi que el humano no puede echar raíces. Es blanca como lo eran mis flores y tiene franjas amarillas en el techo, como un campo de girasoles, y hay otros, otras personas, pero ellos no me miran como el humano. El humano me ha cuidado desde que me trajo aquí. Pero ahora tengo que morir porque hay una lección en mis verdes pero ya marchitas hojas que él debe aprender.
La metáfora está en el dulzor. Yo ya no puedo creer ni crecer más. Le he dado todo lo que tenía, si cogía una hoja para mascarla, sonriendo, yo sonreía abriendo mis flores blancas y echaba otra hoja para él. Le gustaba, y aún le gusto. Pero está triste porque tengo que morir, solo que no sabe que debo hacerlo para que así pueda aprender a apreciar lo dulce de esta vida.
Él cree que su sangre es amarga y por eso escribe tanto, así, como hace ahora mientras yo pienso todo esto, buscando la dulzura perdida entre sus recuerdos. La encontró en mis hojas y ahora sonríe mientras lo recuerda.
No quiero alargarlo más. El amanecer llegara pronto y mis últimos momentos quiero pasarlos en silencio. Solo quería plasmar mi mensaje y que así le llegue al humano, y le llegará, estoy seguro. Ya me colé en sus sueños una vez, cuando le mostré mi funeral, y el le dijo a su madre, la que brilla, que yo me había muerto de nostalgia. No tenía pensado morirme precisamente por eso, pero ahora sé que debo hacerlo. La metáfora está en lo dulce, para él simbolizo su tierra, sus raíces, y moriré de nostalgia cien veces más hasta que sepa que el dulzor lo lleva dentro al igual que sus raíces, como yo llevo las mías y mi recuerdo. Así sabrá que no tiene él que morir de nostalgia tantas veces, que con una ya le bastó, y ahora tiene que llevar sus raíces en su corazón y el dulzor en su sangre y a mí en su recuerdo, que he muerto solo para enseñarle ésto.
El crepúsculo ha llegado.

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