Tengo un trozo de noche que vive despierto, extendiendo la poesía en sábanas frías; el fantasma de una respiración que choca con mi nuca y rebota entre las paredes, quedándose luego suspendida en el aire para el recuerdo de la ausencia.
Tengo ese trozo bailando en mi almohada, no quiere dormir, le recito los versos al amor de un poema infinito que lleva en salmuera ya unos meses, fermentando el corazón para soltarle las fibras tensas que lo mantienen atado a un recuerdo de la ausencia suspendida en el aire, ya sabes. Me da de beber el mismo esperma olvidado en el vientre, como agua de mayo, y yo rompo la necesidad como cortando los huesos de un cordero y pensándola muy fuerte pero muy bajito para que el ego no se entere de esto y me haga coser a preguntas esa necesidad impuesta de hueso frágil, de un te quiero que no quiero; tengo que parar a pensar, clavar los puntos suspensivos en la memoria, y pagar la cuenta de los besos marchitos en los labios de primavera que hoy piden una flor en la piel.
No. Lo siento. No lo siento. La mañana no llega ligera después de desear tanto la luna, como los cazadores de besos que me miran de vuelta a casa, y me camelan en un sexo medicinal que no es ni sano, ni efectivo, desarrollado en los márgenes fríos, como sábanas solitarias, de una calle desconocida de la imaginación.
Cada frase alberga una historia distinta. Las letras dejan huellas que las palabras siguen para que tú puedas vivir en su historia. Disfruta cada paso.
miércoles, 21 de marzo de 2018
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