Por unos muelles vivientes que crujen dentro de un colchón somnoliento pasa un reflejo que me recuerda sin quererlo a mis jóvenes huesos, también crujen de noche con el movimiento interno, cuando una emoción se cambia de corazón y pasa a ser un marginado e improvisado sentimiento que no quiere terminar de relacionarse por miedo al rechazo, intermitente miedo que cruje por dentro en pos de una costumbre arraigada fuerte en las tierras ácidas y áridas de mi conciencia. Truena por fuera una nube cargada de lluvia y yo, sin más dilación, busco el refugio interior, pellizcando la voz a ver si no la estoy soñando, una voz que se desliza en prosa últimamente porque la pausa de verso me deja en coma demasiado tiempo y por las noches no consigo el anhelado sueño del que trabaja solo por un sueldo (en coma, estamos en coma: no lo siento; no, lo siento) es esa voz del recuerdo mío y egoísta, yo que trabajo por la labor, por el sudor, porque tengo que hacerlo, por el amor del verbo hacer y por aprender. Necesidad, hazme el amor, deshazme el odio, te quiero firme, el miedo, el dolor es mi lección, dame ese curtirse en la vida como el labrador que sabe que las lechugas no entienden de domingos ni días festivos y que las orugas son para ellas la metamorfosis de su carne verde igual que mi emoción que palpita y cambia de corazón cuando por unos muelles crujientes se desliza un reflejo de prosa y descubro estas palabras debajo de mi almohada o de mi lengua y vienen a decirme todo aquello que no me atrevo a pensar pero que cobra sentido en la improvisación del sentimiento, marginado en el baño, por miedo al rechazo, como en mi infancia cuando sólo estando solo podía expresarme sin miedo a las burlas, a los golpes certeros de un apellido, y ahora es todo lo que tengo.
Como las manzanas verdes de mi piel y mi infancia muerta, trabajo el interior ácido y blanco, fruto de una mutación entre mente y corazón, como los elefantes que pinto en las paredes de los baños laborales donde me refugio de nuevo buscando esa soledad y ese recuerdo que es lo que mejor se me da, tengo una memoria que no sabe olvidar, como estas letras improvisadas que esculpo en el frío mármol de la madrugada, tengo el cincel de la palabra en plena erección y no sabe callar y mis mejores versos tienen la carne hecha de besos, cursiladas y dudas, te lo digo porque lo siento, no me juzgues, no me frenes, déjame saber querer, amar fuerte, permíteme tu piel y el verbo merecer.
Me cambio al verso por la influencia de la noche
hay una estrella que conozco y que muere cuando la miro
cómo los ojos que se quedan fijos en un punto suspensivo
que cuelga de un fino hilo
hay un estrella que me ilumina el camino y me protege del golpe
no puedo mirarla porque se me va la vida en un último suspiro
hay un camino, una senda, una vida que elijo
quiero tus caricias en mi cálida piel
hay una piel que habito, que descubro en cada espacio, cada tiempo, cada abrazo
no me juzgues mucho si te cuelo un verso entre pecho y espalda
Es mi palabra, mi voz, mi lenguaje
Me cambio por la prosa más honesta que sabe recordar y que te quiere decir que la voz que sale de mi interior tiene un origen de poeta y niño encerrado en el baño que no sabe sino expresarse en el más puro y sincero método de la palabra, mi palabra y mi voz que son mi lenguaje, no me juzgues ni me frenes, es mi manera, mi camino, mi senda, es mi estrella que ilumina, que me evita tropezar con la misma piedra, que muere cuando la miro porque si lo hago es por la duda de su presencia y ya tengo que saber que la vida me cuida y que esta manera es de la que debo ser.
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