Beso al pan duro que le tiro a los perros como al corazón del que me deshago; majao sin humedad pero expuesto al abril perenne, a la lluvia fuerte que golpea los claveles, con los ojos fríos y los sueños en las ojeras
Las ferias que no recuerdo y que me arrancan del suelo; la memoria, hace tanto tiempo,
¿y si vuelvo?
Manos raudas que actúan sucias y vanidosas, como los claveles pisados en el albero
siento los corazones llorando, tan llenos de desconsuelo, ay; ya no se acuerdan del verde suelo, del cálido lecho, húmedo y palpitante
Te arranco y luego pienso: ahora que ya quedaste marchito, pequeño clavel al nadie le importa, quizá solo a mi que te observo desnutrido, que ya nadie te huele ni te admira, eres el monte quemado, el callejón sin salida, el sonido de las lágrimas en el suelo, ya tan hecho, tan escurrido, tan decidido sin voluntad propia, sin que fueses tú el dueño de la potestad de tu libertad, de las hojas por las que luchaste, del verde esperanza que me anima, de la madrugá altiva, ni de la feria de las vanidades, ni de tu propia existencia